Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo,
no estaba con ellos cuando Jesús vino. (25) Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al
Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los
clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su
costado, no creeré. (26) Ocho días después, estaban otra vez sus
discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas
cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. (27)
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu
mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. (28)
Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (29)
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los
que no vieron, y creyeron. (Juan 20:24-29 RV 1960)
En este relato después
de la resurrección de Jesús, vemos como Tomas declara que no aceptaría que Jesús no había
resucitado si primero personalmente lo veía, y luego más que eso para estar
convencido de que Jesús había resucitado tendría que tocar y meter su dedo en
el lugar de los clavos y en su costado. Jesús se les aparece de nuevo ocho días
después e invita a Tomas a que haga lo que el había demandado para poder creer
en su resurrección. Esta historia le ha ganado muchos mensajes a Tomas, o más bien
como no ser como Tomas de incrédulos. Pero un aspecto para mi muy importante es
el hecho de que Jesucristo escogió resucitar con un cuerpo que todavía tenía la
marca de los clavos, y de su costado. El hubiera podido haber resucitado con un
cuerpo libre de esas marcas, pero el escogió, por la eternidad, tener este
recuerdo de su sufrimiento en la cruz.
Creo que todos nosotros,
en cierta forma cargamos las marcas o cicatrices del pecado en nuestras vidas.
Yo he ministrado a personas que fueron abusadas sexualmente y aun de adultos
cargan esa marca en su corazones. Yo personalmente nunca tuve una relación sana
o normal con mi Padre, toda la vida que viví en la casa con él, nuestra relación
nunca fue cercana, por su violencia, abuso, constantes palabras de rechazo, y
una vida centrada en el solamente sin importarle nadie más. En el caso de Jesús,
las heridas eran el recordatorio del precio que pago en la cruz, y por la
eternidad esas "marcas de los clavos" nos testificaran de su gran
amor. Esas marcas eran solo eso, un símbolo, ya no hay dolor, no hay aflicción,
Jesús tenía un cuerpo glorificado, y no le daba pena mostrar el precio por
amarnos.
De esta historia podemos entender varias cosas de nuestras
experiencias antes de nacer de nuevo (nuestra resurrección a la vida nueva):
- Las heridas que han sido sanadas, son solo "marcas" que nos recuerdan la obra que Dios ha hecho en nuestra vida, pero como hemos experimentado el poder del Cristo resucitado, ahora ya no son fuente de dolor, no es que tenemos amnesia, pero hemos sido sanados del dolor. El cambio el dolor por el gozo.
- Las
heridas son parte de nuestro ministerio. Esas heridas nos llevan a ser
sanadores en lo que nosotros fuimos heridos. Muchas veces yo he escuchado
a personas que dicen, "Dios permitió eso en mi vida para usarme en
esa área para bendecir a los que tienen necesidad de lo mismo que yo sufrí".
La verdad es que Dios no nos mando ninguna de esas cosas; son el producto
del pecado y la maldad en el mundo, pero él ha tornado nuestras heridas y
las ha convertido en "puentes" por donde él puede sanar a un
mundo herido.
- Las
heridas son un recordatorio constante de su amor. Muchas veces he
escuchado a personas decir que no son dignas ni del amor de Dios, ni de
que Dios use sus vidas, por las malas experiencias que vivieron. Pero en
vez de ser un obstáculo para servir a Dios, las heridas nos recuerdan su gracia, su amor y su poder sanador. No servimos a Dios en nuestras
fuerzas, pero por su amor y por su gracia, y nuca dejaremos de depender en
el. No servimos a Dios porque lo merecemos, pero lo hacemos porque nos
ama, y su amor nos escogió, nos abrazo, nos limpio, nos libero, y nos
transformo.
- Las
heridas son un símbolo poderoso de que nadie está fuera del amor de Dios.
No importa que haya sido nuestro pasado, no hay herida que él no pueda
sanar, no hay vida que no pueda cambiar. Mi Padre antes de morir tuvo la
oportunidad de convertirse en discípulo de Cristo y vivió los últimos anos
de su vida, también como todos nosotros tratando de sanar a otros que
estaban heridos por el pecado. El también fue herido, al haber sido abandonado
de sus padres, y haber crecido en una profunda pobreza. Solo hasta que su corazón
fue sanado se convirtió en la persona que Dios siempre planeo que fuera.
Nadie está fuera del amor de Dios.
Permite que Dios sane
todo vestigio de dolor que todavía pudiera haber en tu vida. Solo hasta que
recuerdes tus heridas, y no sientas el dolor has sido sanado. No escondas tu
heridas, deja que sean "puentes" para otros, que así como tu necesitan recibir el
amor de Dios, y recuerda nadie, no importa cuán herido este caminado en la
vida, puede ser sanado por el amor de Dios, solamente ve tus heridas, y veras
que su amor todo lo puede sanar.
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