“—Mi reino no es de este mundo —contestó Jesús—. Si lo fuera, mis
propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi
reino no es de este mundo.” Juan 18:36 NVI 1999
Muchos líderes cristianos y creyentes en general
rechazan toda actividad que tenga que ver con la política, y una de las razones
es el verso anteriormente citado. Después de todo, es lo que Cristo mismo dijo,
porque su conclusión es que los creyentes no deben inmiscuirse en nada que
tenga que ver con la política. La posición de estos creyentes es que el
creyente “vive” en este mundo, pero no participa en nada de la política de este
mundo, e incluso otros van más allá, y declaran que los verdaderos discípulos no
tienen nada que ver con este mundo. Mi convicción es que no solamente debemos
de participar en la política, pero que es tanto nuestra gran responsabilidad,
como nuestra gran oportunidad. Como discípulos de Cristo, somos ciudadanos de
su Reino y nuestra lealtad suprema es a Él, y su misión y lo que esto significa,
de acuerdo con las palabras de Jesús, es que debamos ser una influencia en el
mundo (La sal y la luz de este mundo Mat.5:13-16). Esta convicción nace del
llamamiento y comisión apostólica, especialmente la que encontramos en Mateo
20:1-20. Que incluye todos los aspectos de la vida.
Nuestro reino no es de este mundo, pero para que
cumpla su misión no puede estar aislado de este mundo. Nuestro Rey, vino a este
mundo, se “encarno” como uno de este mundo, para revelarnos al Padre y
“manifestar” (e inaugurar) en su persona su reino que no es de este mundo, pero
que vino a reconciliar a este mundo con el Padre. La reconciliación es el “corazón”
y uno de los fundamentos de su misión. La reconciliación del Reino no es
partidista, pero no puede estar divorciada de lo político. (La política, es
entendida como el poder público sustraído de la convivencia
humana, ya sea de un Estado; ya sea de una empresa,
un sindicato,
una agrupación,
una escuela,
una iglesia,
etcétera. De acuerdo con esta definición no hay área humana que se escapa a la
política)
La
reconciliación no solamente es una promesa futura después de la muerte, o de
alguna manera mística, separada de la realidad de este mundo. La reconciliación
incluye y necesita “destruir” o derribar todo pensamiento, ideología, sistema, estructura
social, poder demoniaco, y pecado que se resista al señorío de Cristo. (2 Cor.
10:3-5) Es nuestro deber orar y actuar para “derribar” todo lo que se oponga al
cumplimiento del padre nuestro, venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo. (Mat. 6:10 NVI) Debemos reconciliar los poderes de
este mundo con los principios del Reino de Dios, tal como los delineo Jesús en el sermón
del monte.
¿Cómo lo hacemos?
Los discípulos de Cristo hemos sido empoderados
por el mismo Espíritu que empodero a Jesús de Nazaret, cuando inauguro el reino
y nos ha empoderado para ejercer el ministerio de la reconciliación. ¿Cómo lo
hacemos? No lo haremos como los expertos y constructores de un mundo ideal o
perfecto. Ni por medio de leyes “bíblicas” (aunque lo anterior es algo noble y
bueno, pero no es patrón que Jesús nos dejó) Sino, que al igual que Jesús, lo
hacemos “modelando” o manifestando como se ve el reino de Dios encarnado en
nuestras vidas diarias. (Juan 13:12-15) Lo haremos viviendo bajo el señorío de
Cristo, manifestando la hermosura de una persona reconciliada con el amor del
Padre por medio del fruto del Espíritu (hemos nacidos del Espíritu Ef.
2:11-19). Lo haremos resistiendo “los poderes” que mantienen a este mundo
fragmentado, injusto, y sin la paz (Shalom) de Dios. Lo haremos en nuestro
servicio al mundo, por medio de la proclamación y las obras que declaran el
carácter de la justicia del Reino de Dios. Nuestros recursos no son la fuerza,
la rebeldía, el odio, la imposición, leyes, o la división, pero es nuestro
servicio, y nuestra proclamación fundamentados en amor, sin anhelo de poder, ni
exaltación (Jesús advirtió de esto a sus discípulos Mat. 20: 25-28), pero sirviendo
y “encarnando” su amor, porque sabemos que es la falta de este amor lo que
hecho este mundo estar separado del Padre, y es la razón de la injustica el
odio y la pobreza.
Preguntas de reflexión:
¿Cómo podemos en nuestra vida diaria, y con
actos concretos “revelar” su reino en nuestro entorno?
¿Cómo podemos reconciliar a toda persona,
sistema, gobierno, política con el Reino de Dios?
¿Qué papel tiene la oración, la proclamación, y
los actos de misericordia en el ministerio de reconciliación?